ARTURO GUTIERREZ PLAZA
VENEZUELA (1962)


 
















NOCTURNO DE OKLAHOMA

Alguien tocó la puerta
en la madrugada
y al abrir
entró un tornado
arrasando con todo;
lo siguió un caballo desbocado
que para apaciguarse
buscó escondite en un armario.


Los vecinos siguieron dormidos.

Todo me resultó extraño
pues antes de que Eolo encabritado
se llevara hasta el televisor
no hubo anuncios de peligro
en los reportes del tiempo.


Este mensaje lo escribo ahora
                                       desde el aire
y lo dejo en el viento
                    con la esperanza
de que pasado
                  el torbellino,
la brisa lo arrime
                       a buen puerto
y no a las manos
                    de otro náufrago
         sin botellas
recorriendo las playas
                        de una isla incierta
fabulada en bestiarios
                                   y catálogos de tifones.



El EXTRANJERO

Ese hombre se visita a sí mismo
en las mañanas,
puntual;
odia las demoras.

Riñe consigo
en una lengua indescifrable.

Camina entre extraños
en callejones desiertos.

Algunos dirían que es un animal extraviado,
alguien que por voluntad
o accidente cedió su manada.

Alguien que come su comida a solas
y prefiere conversar con espejos.

Ese hombre no requiere divanes
y cuando escucha ruidos
en el sótano
no se asoma,
sabe que nada pasa.

Es un hombre sin medias tintas.
Se repite a sí mismo
cada mañana
y sale a cumplir sus deberes.

Sin dudas, un ciudadano común.

Inédito, 2013.  



EL PEZ DE MI HIJA 

Una pecera de 50 cms. de perímetro
y 15 cms. de diámetro
(aproximadamente medio litro de agua turbia),
a eso se reduce el universo
de Alfonso (el pez de mi hija).

Le echamos comida una vez al día.
El abre la boca como lo hacen los peces,
como un mimo aprendiendo a hacer burbujas.
Lo miro con lástima,
con falsa misericordia
y le comento a Gaby: "qué pecesito tan lindo".
De noche, cuando todos duermen,
me levanto y voy a la cocina.
Alfonso permanece insomne,
me mira con firmeza
(no sólo porque le falten los párpados).
Me interroga con sus ojos inmensos
tan cóncavos como la pecera que los contiene.
Me consuela, se aflige de mí
y sigue dando vueltas distraído
sobre sí mismo.
Tal como yo.

De Principio de contabilidad, 2000.


AL CALOR DE LOS MANTELES

Realmente hay pocas cosas tristes
en la vida:
quien se sienta solo en una mesa
lo sabe.
Porque no es la comida
desabrida del día anterior,
no es el olor cotidiano
ni la sopa recalentada.
Es más, mucho más...
No es ni siquiera
el hecho de saber
que es triste
que uno se siente solo a la mesa para comer.
Es la certidumbre de que los días
son obstinados y se repiten.
es la tristeza misma
que es triste
y está sola,
posada en los platos,
llana y pensativa
como ayer.

De Principio de contabilidad, 2000.


ANDRÉS

El cachete de Andrés sobre mi pecho
hablo del ardor acorralado por la inocencia,
de una enana premonición que me acompaña
a expensas de mi sombra,
de un verso que no halla lugar en testamentos,
de un diminuto hallazgo que encarece
la inacabada pregunta por la existencia.
Sí, de mi hijo y su cachete, de ellos hablo.

De Principio de contabilidad, 2000.



LA LIBRETA

Paso de la "B" a la "C"
Tacho uno más
(primero el apellido, luego el nombre)

Todos sus teléfonos suenan
sin hallar una voz que conteste.

No ceso en mi rutinaria tarea.

Voy deshojando mi vieja y raída libreta
con números de propósitos y amigos.

Dejo testimonios,
marcas como actas de defunción,
registros de desaparecidos
y voluntarios olvidos.

cada cierto tiempo hago la ronda,
releo estas desvalidas páginas
como si fueran poemas
o amuletos en mis bolsillos.

Cada cierto tiempo
como el guardian de un cementerio
recojo las flores muertas
y aparto el follaje de los epitafios.

De Un sobre sin abrir, 2006.

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