CRISTIAN GOMEZ OLIVAREZ
CHILE (1971)
















NO SE EQUIVOCABAN LOS MAESTROS
(museo de bellas artes, versión libre)


Alguien cree estar escribiendo en el fin del mundo,
pero no puede negar que el camión de los helados
está pasando nuevamente por el parque donde
los niños se arremolinan a su alrededor y la

descripción del paisaje no ha cambiado
porque el ojo del que mira no ha cambiado:
confía impertérrito en que el mundo es una
catástrofe tranquila, una reunión de nubes

diríase que de paso por el cielo
sería el único argumento convincente
para encerrarnos a conversar en un café
:
de cualquier cosa, menos de las nubes.

Nadie tiene ganas de salvarse de nada
pero sí de tomarse un par de chelas, de
las últimas profecías sobre algún remoto
apocalipsis las palabras tienen poco que

decir: las danzas de la muerte, un anillo
en el dedo de los que no alcanzan a apretarse
el cinturón, aunque nada tengo en ello que
ver la improbable falta de presupuesto:

y es cierto que no sabemos distinguir
como le gusta enrostrarnos a los catedráticos
de las plazas más preciadas entre el cierzo
y el mistral, ok: touché. Así decía mi hermano

cuando hacíamos esgrima con palos de escoba
y terminaba sacándome cresta y media cuando
a los dos se nos pasaba la mano con el ardor de
los guerreros: él moriría poco después, tendido

en una cancha de fútbol, mordiendo no sé
si con desesperación el pasto, de seguro
ya inconsciente, producto de una falla en
el ventrículo derecho del conjunto arterial.

El camión de los helados pasa haciendo sonar
la sirena, los niños están a punto de alcanzarlo y
el conductor sólo piensa en lo fácil que será entregarle
las planillas al supervisor del turno de las mañanas.


INCURABLE

Creo haber escrito algún
poema. A veces me levanto
de la cama para verme reflejado

como una mancha en el espejo.
Después de todo a nadie le
preocupa el curso de la

historia ni las alas de un ángel
ni un espejo retrovisor. Creo
haber escrito un poema

me dijo un paciente con
cáncer terminal antes de

darse por vencido y

negarse a recibir
una nueva sesión

de quimioterapia.
Creo haber escrito,

creo haber puesto encima
de la mesa las cartas

guardadas bajo la manga.

La paternidad no se reclama
ni se comprueba

sin necesidad de someter a
los exámenes

el rostro ajeno
de una hija.

Creo haber escrito algún
poema después de reflejarme

como una mancha entre las sábanas
como un tahúr en su prisión

para inclinar el azar en mi favor y
sorprender luego a los jugadores del
día, con este poema lleno de

cartas marcadas, que nada dice
y contra el cual no hay

respuesta
posible

y que ni
siquiera

es una
interrogación.


NO QUERIA SALIR DE NOCHE

Una vez nos juntamos a celebrar
los cien años de Pessoa; a cada cual
le correspondía un heterónimo,
a mí me tocó en suerte Álvaro de
Campos, ingeniero y cosmopolita,
desenfadadamente maricón, según
contaba Ofelia. La casa era una
de esas antiguas casa señoriales
donde hubiéramos tenido que entrar
por la puerta de servicio. Ni el vino
ni las velas nos salvaron del invierno,
a punto de partir como nosotros: fue
sin embargo, la última noche que hizo frío.


DOMINGO POR LA TARDE


El exilio perdió a sus héroes.
Nosotros asomados al balcón, vinimos
a reemplazarlos. nadie no
En el cuarto de al lado escucho los quejidos de
alguna pareja, la división capitalista del
trabajo y las tarifas del servicio
telefónico

                  contribuyen de igual manera
a la redacción de panfletos revolucionarios
que de otra manera no encontrarían su razón

de ser más allá de la contemplación solipsista
del atardecer en un espejo, el crepúsculo
adecuadamente sancionado por la

tradición: te acompaña sin decir una
palabra, con el sol a cuestas

ni siquiera el silencio es necesario.


LA DERROTA


La visita al museo concluye delante de una estatua,
un enorme montón de tela reunida bajo el nombre
de una calle del centro de Santiago. Está amontonada
como si se la hubieran arrancado a un infinito número
de gente que la hubiera tenido puesta, ropa que apelotonada
en el medio de un museo perdido aquí en el midwest

ofrece lo mejor de sí. La ropa está desnuda, sentencia
mi hija mayor que entiende mejor que uno mismo
eso de andar presenciando con desconfianza
lo que sólo se puede mirar por vez primera:

después ya sólo el comentario, mirar la hora,
volver como si tuviéramos que volver.

La visita al museo concluye con las luces apagadas
de la ciudad, con los habitantes retirándose a sus hogares,
como no me acuerdo qué animal que vuelve a su madriguera.
Como si estuviéramos hablando de una metáfora
digna de otros poemas, pero no de mejores causas.

De Alfabeto para nadie, 2007.

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