EUGENIO MONTEJO. VENEZUELA (1938-2008)


LEVITACIÓN

No sé a quién silba mi padre
en estas tardes tan ausentes,
cuando recuesta su silla de cuero
al frente de la casa.

No sé en qué vuelta de esa silla
llega a otro tiempo, ni cuál hora
se fuga de nosotros
para hablar de sus muertos.

Pero hay un sobrerritmo
entre signo y silencio
donde se evade; una gran puerta
con que accede al misterio.

De repente se muda
sigiloso y nos deja
su alma en media sombra
atada a fríos silencios.

Nosotros siempre levitamos
bajo este silbo tan funesto
que en sus adormideras
nos hunde y nos repliega.

De Muerte y Memoria, 1972


RETORNOS


El tiempo es redondo y atormenta…
Voy mirando toda mi vida
bajo la huella de una carreta.
En el próximo pueblo hay un rostro
al que he conocido hace siglos;
salvo la lluvia y el polvo,
salvo el tacto en los espejos,
me reconocerá por el caballo
y los cascos llenos de nieve.

Todas las formas del paisaje
pasarán de negro a verde
y otra vez de verde al negro,
según las vueltas de la rueda…
Y en los galopes se hará el viento
con los vapores del misterio,
cuando los ojos del auriga
palpen las piedras del camino,
cada vez que sueño y cabalgo,
mientras vuelvo y desaparezco.

De Muerte y Memoria, 1972


LOS ÁRBOLES


Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz
se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.

De Algunas palabras, 1976.


LA VIDA


La Vida toma aviones y se aleja;
sale de día, de noche, a cada instante
hacia remotos aeropuertos.

La Vida se va, se fue, llega más tarde;
es difícil seguirla: tiene horarios
imprevistos, secretos;
cambia de ruta, sueña a bordo, vuela.

La Vida puede llegar ahora, no sabemos,
puede estar en Nebraska, en Estambul
o ser esa mujer que duerme
en la sala de espera.

La Vida es el misterio de los tableros,
los viajantes que parten y regresan,
el miedo, la aventura, los sollozos,
las nieblas que nos quedan del adiós
y los aviones puros que se elevan
hacia los aires del deseo.

De Algunas palabras, 1976.


EL OTRO


Miro el hombre que soy y que vuelve;
he leído en Heródoto su vida;
me habla arameo, sánscrito, sueco,

Es miope, tardo, subjetivo;
yerras por las calles que declinan
hasta que el horizonte lo disuelve.

Conozco sus muertes en el Bósforo,
sus túmulos en Creta,
los sollozos en un portal oscuro
por una mujer muerta en la peste.

Llama a todas las casas de la tierra;
cambia dolor por compañía,
hastío por inocencia,
y de noche se acerca a mi lámpara
a escribir para las nubes amanezcan
más al centro del patio,
más cerca del país que nos espera.

De Algunas palabras, 1976.


UCCELLO, HOY 6 DE AGOSTO


En el cuadro de Uccello hay un caballo
que estuvo en Hiroshima.
Nadie lo ve cuando se ausenta,
cuando sus ojos beben sombra
sobre los cascos que se pulverizan.

Uccello dejó un mapa de la guerra
arcaico, con armas inocentes.
No dibujaba aviones ni torpedos,
desconocía los submarinos,
su muerte iba del gris al rojo, al verde.

Sólo el caballo en este 6 de agosto
está herrado con viejas cicatrices,
sólo sus patas llevan en la noche
a la desolación del exterminio.

Es un caballo torvo, atado a un árbol,
siempre listo en su silla,
Uccello lo cubrió con capas de pintura,
lo borró de su siglo,
y hoy aguarda en el fondo de la cuadra
con los jinetes del Apocalipsis.

De Algunas palabras, 1976.


YO SOY MI RIO


Yo soy mi río, mi claro río que pasa
a tumbos en las piedras.
Me circundan las horas y las ondas,
no sé adónde me arrastran,
desconozco mi fin y mi comienzo,
voy cruzando mi cuerpo como el arco de un puente.

Las nubes me siguen por los campos
con cálidos reflejos.
Entre los árboles derivo, entre los hombres;
sólo traje a la tierra este rumor
para cruzar el mundo,
lo he sentido crecer al fondo de mis venas.

Estas voces me digo
han rodado por siglos puliéndose en sus aguas,
fuera del tiempo.
Son ecos de los muertos que me nombran
y me recorren como peces.

Yo soy mi río, mi claro río que pasa
y me lleva sin tregua.
Sé que existe un navío
que cruza a mis espaldas;
palpo sus velas en mi sueño;
sigo la estela que deja en su camino,
pero no sé que busca entre mi cauce
ni quién va a bordo
ni cuándo llegaremos.

De Terredad, 1978.


MURAL ESCRITO POR EL VIENTO

Adora tu ciudad, pero no mucho tiempo,
olvida el tacto de sus piedras,
sé gentil a tu paso y prosigue de largo,
no proyectes quedarte entre sus muros,
hasta fundirte en el paisaje.
Una ciudad no es fiel a un río ni a un árbol,
mucho menos a un hombre.

Quien amó una ciudad solamente en la tierra
casa por casa, bajo soles o lluvias
y fue por años tatuándola en sus ojos,
sabe cómo engañan de pronto sus colinas,
cómo se tornan crueles esas tardes doradas
que tanto nos seducen.

Las ciudades se prometen al que llega
pero no aman a nadie.
Cuando se ven por la ventana de un avión
todas atraen
con sus cumbres azules
y largos bulevares rumorosos
pero al tiempo son sombras amargas.
Sus edificios nos vuelven solitarios,
sus cementerios
están llenos de suicidas
que no dejaron ni una carta.
Por eso el río pasa y no vuelve,
por eso el árbol que crece a sus orillas
elige siempre la madera más leve
y termina de barco.

De Trópico absoluto, 1982. 


ÍTACA

                      Para un homenaje a Konstantinos Kavafis


Por esta calle se va a Ítaca
y en su rumor de voces, pasos, sombras,
cualquier hombre es Ulises.
Grabado entre sus piedras
se halla el mapa de esa tierra añorada.
¡Síguelo!

El pájaro que escuchas está cantando en griego.
No lo traduzcas. No va ahorrarte camino.
Aquellas nubes vienen de su mar.
¡Contémplalas!
Son más puros los cielos de las islas.

Por esta calle, en cualquier auto,
hacia el norte o el sur
se viaja a Ítaca.
En los ojos de los paseantes arde su fuego,
sus pasos rápidos delatan el exilio.
Aún sin moverte –como estos árboles-
hoy o mañana llegarás a Ítaca.
Está escrito en la palma de tu mano
como una raya que se ahonda, día tras día,
aunque te duermas, despertarás en Ítaca.

La lluvia de este valle,
todo lo arrastra, despacio, hasta sus puertas,
no tiene otro declive.
Ya puedes anunciarnos tu llegada,
buscar hotel, dar al olvido tu destierro.
Por esta calle no ha cruzado un hombre,
que al fin, no alcance su paisaje.
Prepara el corazón para el arribo,
una vez en su reino, muestra tu magia.
Será el reto supremo del exilio.

A ese mar no se miente,
la furia de sus olas todo lo hace naufragio.
Pero no te amilanes.
¡Demuéstranos que siempre fuiste Ulises!

De Alfabeto del mundo, 1986.


ESCRITURA


Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.
No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.
Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.
Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.

De Alfabeto del mundo, 1986.


ULISES


Barcos que veo allá lejos, balanceándose
cerrados como libros hace mucho leídos
¿Qué dicen, qué no dicen? —Hoy hablo griego
a bordo del primero que parta. Soy Ulises.

Barcos que cierro los ojos para ver
dentro de mí con la añoranza de sus Ítacas.
No sé en cuál voy, en cuál de tantos leo a Homero,
el biógrafo de mis nativos horizontes,
ahora que llevo un poco de café para los dioses
que nos prometen un viaje propicio.

Soy o fui Ulises, alguna vez todos lo somos;
después la vida nos hurga el equipaje
y a ciegas muda los sueños y las máscaras.
Mi corazón ya leva el ancla. Estoy a bordo.
Cuando distinga la voz de las sirenas
en altamar, al otro lado de las islas,
sabré por fin qué queda en mí de Ulises.

De Alfabeto del mundo, 1986.


TIEMPO TRANSFIGURADO

                                    a Antonio Ramos Rosa

La casa de mi padre va a nacer
no está concluida,
le falta una pared que no han hecho mis manos.
Sus pasos que ahora me buscan por la tierra
vienen hacia esta calle.
No logro oírlos, todavía no me alcanzan.
Detrás de aquella puerta se oyen ecos
y voces que a leguas reconozco,
pero son dichas por los retratos.
El rostro que no se ve en ningún espejo
porque tarda en nacer o ya no existe,
puede ser de cualquiera de nosotros
—a todos se parece.
En esa tumba no están mis huesos
sino los del bisnieto Zacarías,
que usaba bastón y seudónimo.
Mis restos ya se perdieron.
Este poema fue escrito en otro siglo,
por mí, por otro, no recuerdo,
alguna noche junto a un cabo de vela.
El tiempo dio cuenta de la llama
y entre mis manos quedó a oscuras
sin haberlo leído.
Cuando vuelva a alumbrar ya estaré ausente.


FIN SIN FIN

La que se irá al final será la vida,
la misma vida que ha llevado nuestros pasos
sin tregua a la velocidad de su deseo.
Se llevará también todas sus horas
y los relojes que sonaban y el sonido
y lo que en ellos siempre estuvo oculto
sin ser tiempo ni trastiempo...
Cuando haya de partir –se irá la vida,
ella y su música veloz entre mis venas
que me recorre con remotos cánticos,
ella y su melodiosa geometría
que inventa el ajedrez de estas palabras.
De todo cuanto miro en este instante
será la vida la que parta para siempre o para nunca,
es decir, la que parta sin partir, la que se quede
y con ella mi cuerpo noche y día,
siguiéndolas en sus luces y sus sombras...
Si, tal vez nadie se aleje de este mundo,
aunque se extinga cada quien en su momento.
-Nos iremos sin irnos,
ninguno va a quedarse ni va a irse,
tal como siempre hemos vivido
a orillas de este sueño indescifrable,
donde uno está y no está y nadie sabe nada.


LA VERITAS 

La tierra giró para acercarnos
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.

LA CASA

En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
se construye la casa,
entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a las aves.
Especialmente cuando duerme
y en el sueño sonríe
—nivelar hasta el fondo
no despertarla;
seguir el declive de sus formas
los movimientos de sus manos.
Sobre las dunas que cubren su sueño
en convulso paisaje,
hay que elevar altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
años y años.
Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
y atamos el caballo.
Al fondo de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
ya no sabemos,
porque al entrar nunca se sale.

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