JOSE WATANABE. PERU (1945-2007)

LOS VERSOS QUE TARJO

Las palabras no nos reflejan como los espejos,
así exactamente, pero quisiera.
Escribo con una pregunta obsesiva en las orejas:
¿Es ésta la palabra exacta o es el amague de otra que viene
                   no más bella sino más especular?
Por esta inseguridad
tarjo, 
toda la noche tarjo, y en el espejo que aún porfío
sólo queda una figura borrosa, mutilada, malograda.
Es como si cumpliera la amenaza de la madre sibilina
Al niño que estaba descubriéndose, curioso,
en su imagen:
“Tanto te miras en el espejo que
algún día terminarás por no verte”.
Los versos que irreprimiblemente tarjo
                   se llevarán siempre mi poema

De El huso de la palabra, 1989.



HOMBRE ADENTRADO EN EL BOSQUE

Está sentado sobre un pino caído.
Entre el balanceo de los árboles observa el espejear
de la esfera de aluminio
que corona la torre puntiaguda del Pabellón del Cáncer.
Difícil símbolo 
la esfera.
El hombre baja la mirada. Su alrededor es más amable:
los pétalos de la "Cati en Llamas" parecen crepitar en el verdor de la yerba,
un insecto que sería avispa si no fuera tan azul
taladra su nido en un alerce. Y también mariposas.
No hay pájaros, tal vez el indicio de una posible tormenta.
Es el inestable tiempo de entre estaciones.
Pero ahora es el sol bajando en haces que se pierden en el humus.
Un haz no se pierde,
incide en un pequeño charco de lluvia.
El charco refulge y la raíz próxima de un pino se esfuma.
Y asimismo 
y completamente
desaparece un conejo blanco que de huida salta al centro del
agua fulgurante.
Y esperándolo y no viéndolo más, el hombre pregunta:
"¿Y si la luz lo ha llevado a otro planeta
y el conejo, ya animal de otra sustancia, corre contento
sin haber padecido el rigor de trampa, cuchillo, escopeta, zorro,
enfermedad u otro modo de la muerte?"
("Oh Señor, no es de la muerte que quiero huir
sino de sus terribles modos")
Ya no es amable su alrededor.
El viento del tiempo inestable desciende violento.
Las frágiles vidas del bosque cierran sus alas, sus élitros, sus casas.
Nubes de tormenta cubren el sol
y el brillante charco regresa a su humildad de agüita opaca.
Se acabó la promesa
de una amplia fuga a través de una puerta reverberante.
¡Con qué rapidez se suceden estos días creencias y desmentidos?
El hombre sale del bosque guiado por la esfera de alumnio.
Difícil símbolo
la esfera.
Comienza a llover sobre su paraguas y sus zapatos.

De El huso de la palabra, 1989.



EL LENGUADO

Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
                  pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
                   tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.

De Cosas del cuerpo, 1999.



EL DESCENDIMIENTO

No otra cosa ha sucedido aquí
que la muerte del hijo de María. Vean:
              el cuerpo solo se impone sobre nosotros,
no necesita de ninguna otra grandeza.

La ciudad atardece a lo lejos y
a espaldas de nosotros.
Nos sentimos abandonados. La madre,
la que le dio carne,
       no madera, no mineral
sino carne,
la más extraña y débil de todas las sustancias, llora
                                                 tan desconsolador trabajo.

Sé que ahora me desmienten, pero yo oí la voz
del muerto
susurrando: 
subiré hasta mi Padre con este mismo cuerpo, e incorrupto.
¿Incorrupto, y sin sudores ni llagas, otra vez limpia carne
de leche?
Entonces
verdaderamente este era el Hijo de Dios.

De Habitó entre nosotros, 2002.



POEMA TRÁGICO CON DUDOSOS LOGROS CÓMICOS

Mi familia no tiene médico
                 ni sacerdote ni visitas
y todos se tienden en la playa
saludables bajo el sol de verano.

Algunas yerbas nos curan los males del estómago
y la religión sólo entra con las campanas alborotando los canarios.

Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora,
mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo
silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las águilas.

Ahora nosotros
                 ninguno doctor o notable
en el corazón de modestas tribus,
                 la tribu de los relojeros
                 la más triste de los empleados públicos
                 la de los taxistas
                 la de los dueños de fonda
                 de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos
                      por la muerte.

Pero hoy estamos aquí escuchando el murmullo de la mar que es el morir.

Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo del río
por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia,
reventándolos con un palo sobre las piedras del río tan
metáforico que da risa.

Y nadie había en la ribera contemplando nuestras vidas hace años
sino solamente nosotros
los que ahora descansamos colorados bajo este verano
como esperando el vuelo del garrote
                              sobre nuestra barriga
                              sobre nuestra cabeza
                                  nada notable
                                  nada notable.

De Albúm de familia, 1971.



REFULGE OTRA VEZ EL SOL

Refulge otra vez el sol sobre el río,
siéntate en la hierba con espíritu tranquilo
y mira a los muchachos bañarse y reír.
Acepta estrictamente esta visión.

(Has mirado tu sombra desde el puente
y te ha extrañado
que no tuerza hacia la corriente).

Tú también te bañaste aquí
y entonces el río era igualmente sucio, dejaba
estrías de barro en las comisuras de la boca
donde se formaba esa risa gratuita, risa
sólo por estar allí, zambulléndose
y emergiendo con un único conocimiento,
el de las cualidades tangibles del agua.
Ése era el sentido de la risa
acepta estrictamente ese sentido y declina
la especulación poética. Porque es tu verso opaco
contra tu brillante alegría de muchacho.

De Huso de la palabra, 1989.



EL BAUTISMO

Yo grité en el desierto
que vuestros pecados eran gordos como cerdos.

Vengan al Jordán. Aquí estoy
                como árbol que resiste la corriente.

Inclínense
ante el ardor que el Padre ha puesto en mí
y quedarán limpios como los niños
                que esta mañana retozan en el agua.

Pero Tú ¿por qué vienes a mí, Señor?
Tú no tienes pecados, excepto
acaso una marca de nacimiento:
la fijeza del Padre
      que vive en un solo eterno día.

El río
te dirá que el caminar de los hombres es continuo
                         e inevitable.

Por eso te bautizo, rogando
               que cuando dejes el agua
te acompañe
el espíritu fluyente del río, su transcurrir
                             en el tiempo
hasta el día en que los cielos
                      se abran nuevamente para Ti.

De Habitó entre nosotros, 2002.



LA TENTACIÓN EN EL DESIERTO

Los pastores de cabras
          que cruzan el desierto
siguiendo largos caminos invisibles
te miran compasivos. Adivinan
que en tu quietud, recostado en la roca,
           mientras ninguna hora avanaza,
desmoronas igual que el sol a las piedras
           las palabras del mal.

Cuando regresen de sus valles de pastura
                      (en la aridez
sonará como agua la alegría
de los cencerros) ya no estarás. Sólo hallarán
en la roca
la huella de tu espalda,
                            negra,
como si hubieras ardido.

De Habitó entre nosotros, 2002.



EL DESCANSO EN LA FUENTE

Samaria, tierra poco amiga, míralo
sentarse junto al pozo, solo
                  derrotado por los desiertos.

Olvidado de su sed, ensimismado, observa
los trigales sin viento,
las ovejas dormidas
             en la colina, las inclinadas hojas
de humildes hortalizas,
el reflejo del agua profunda
                          abrillantando su ropa. En el mediodíaa
todo alcanza la limpieza de su origen,
su tranquila plenitud.

Ha encontrado una hora única e infinita, y está
.......................entrado en ella. Ahora
Él está convencido:
                           su eternidad es posible.

Dale ya de beber, samaritana.

De Habitó entre nosotros, 2002.



LA ÚLTIMA CENA

Yo dispuse sobre la larga mesa de los alimentos
                                 de la Pascua.
Soy vieja y sé quién está coronado por la muerte. Era Él.

No me atrevía a consolarlo
porque mirando por la puerta la triste noche de Jerusalem
empezó a destazar para sus discípulos
el gran pan
               como si fuera un animal de trigo.

Abandoné discretamente el comedor cuando Él decía:
            cada pedazo de pan que reciben soy yo.

Uno de los doce preguntó:
           ¿estás empezando una parábola, Maestro?

Afuera pensé: ¡qué poco avisados sus discípulos
que no ven que el hombre está coronado por la muerte
                         y que pan o carne es lo mismo!

Cuando se marcharon
mi vecina me acusó de exagerada e imaginera:
                Él siempre habla con símbolos, me dijo;
pero en el comedor vacío, entre las migajas y el vino,
                       percibí el límpido olor de una herida.

De Habitó entre nosotros, 2002.



LOS DISCIPULOS DORMIDOS

Te esperamos, Señor, como un rebaño exhausto
                              
al pie del monte.

El día es un largo ajetreo junto a Ti.

Tus prodigios nos ponen en un mundo distinto. Cuando
vemos que resuelves tan fácilmente
                       
los imposibles, el esfuerzo
por permanecer Pedro, Juan, Andrés o Santiago
                                        
es agotador.

Somos de la tierra, Señor, pescadores y labriegos
                                   
y sin alas.
Sólo dormir nos aligera.
Cuando subiste a hablar con tu Padre
entre los olivos
           
no velamos ni oramos, nos tendimos en la yerba
porque el día ya estaba cumplido en nuestro cuerpo.

No reproches
tan acremente nuestro sueño, Señor
el sueño nos eleva a otra esfera, fabulosa,
        
como la que viene contigo cuando amanece.


De Habitó entre nosotros, 2002.



LA PIEDRA DEL RÍO

Donde el río se remansaba para los muchachos
se elevaba la piedra.
No le viste ninguna otra forma:
                       sólo era una piedra, grande y anodina.

Cuando salíamos del agua turbia
trepábamos en ella como lagartijas. Sucedía entonces
algo extraño:
          el barro seco en nuestra piel
acercaba todo nuestro cuerpo al paisaje:
                   el paisaje era de barro.
En ese momento
la piedra no era impermeable ni dura:
         era el lomo de una gran madre
que acechaba camarones en el río. Ay poeta,
otra vez la tentación
             de una inútil metáfora. La piedra
era piedra
y así se bastaba. No era madre. Y sé que ahora
asume su responsabilidad: nos guarda
en su impermeable intimidad.

Mi madre, en cambio, ha muerto
                   y está desatendida de nosotros.

De La piedra alada, 2005.



LA PIEDRA ALADA

El pelícano, herido, se alejó del mar
               y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
                           de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
                           Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
            como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
                   pero no hacerla volar.

De La piedra alada, 2005.



CUESTION DE FE

¿Cómo sería la luz de la madrugada
en que Abraham, el hombre de la cerrada fe,
subió al monte Moriah
llevando de la mano a su unigénito Isaac?

Tiene que haber sido una luz hondamente azul
como la de este amanecer: en aquel azul
Abraham imaginaba
la vibrante sangre de su hijo en el cuchillo.

                La sangre vibra más en el azul.
Lo sé porque mi piel, de tan sola ahora,
segrega sangre en la palma de mi mano:
                  el primer milagro de mi día, o castigo,
por haber querido subir la cuesta de la montaña
con una muchacha (más hija que esposa).

Ella, al primer sol, huyó asustada,
                           me negó
su joven cuerpo para el sacrificio
y yo no pude demostrarle
                           mi neurótica fe en Dios.

De La piedra alada, 2005.



FÁBULA

En el cauce del río seco
una espigada yegua orina sobre un sapo agradecido.
Yo, que voy de paso, sonrío y recuerdo
una antigua ley de compensaciones
de la magia: más feo el sapo
más bello y deslumbrante el príncipe.

Ay, pero la abundante orina de la yegua no es amor
no rompe los hechizos más perversos:
es sólo un poco de agua ácida en esta sequedad solar.

La yegua se aleja trotando aliviada, moviendo
las ancas
como una muchacha. Yo voy por los espinos resecos
recordando al sapo:
el pobre no tenía encantamiento
y se quedó sólo
y soportando su fealdad inmutable
y ahora meada.

De La piedra alada, 2005.



EL TOPO

Estaba ahí,
acorralado en el ruedo de los curiosos. Sus garras
escarbaban inútilmente el cemento de la vereda,
          y sangraban. No avanzaba,
sólo esponjaba y contraía su cuerpo
                      según su miedo. Y con sus hocico,
rosado y móvil, husmeaba
                     lejos de sus oscuras galerías,
el aire soleado de los hombres.

Jamás habíamos visto un topo.
Habían capturado un mito, un animal
de bestiario. Por eso
nuestra mente demoraba, se estremecía,
                     no podía creer
que bajo la realidad estridente del sol
hubiera otro animal
        de carne lastimada como la nuestra.

De La piedra alada, 2005.



EL PAN

Perdonen que lo diga sin pudor,
pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo
                                  de hambrunas.
Las carencias
nos llevaban a todos a una especie de inocencia
                                a un vivir
en el centro puro de nosotros mismos.
Así es cuando ya no queda nada, salvo
la postura orgullosa de mi madre
                        que dormía como saciada.

Cada cierto tiempo pasaban profetas
que repetían monsergas en nombre de un dios
                            prometedor, pero cruel.
Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos
ni hizo el milagro de una simple lechuga.

Una tarde se asomó a nuestra puerta
un extranjero de mirada llameante, otro agorero,
pero no supimos quién ardía en él, si su dios
                                        o su demonio.
Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros.
                Se quedó mirando a mi madre
que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa
              con una cucharada de manteca sin nombre.
Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos
y después, con la dignidad de los pobres satisfechos,
nos moriremos de hambre, dijo mi madre
                                  en Reyes 17:12.

De La piedra alada, 2005.



LOS GORRIONES

El trinar de los gorriones entró por la ventana abierta,
pero yo desperté lleno de brumas: casi hasta el amanecer
         busqué palabras sin provecho de belleza.
Los gorriones cantan una cascada
                   de notas rápidas y precisas.
Ellos ya resolvieron su problema
       y cantan por oficio de sus cuerpos,
pero no los veo entre las espesas ramas del ficus.
Quizás ya se fueron,
quizás ya no existen gorriones en el mundo
y ahora el canto que persiste
                       es el gorrión verdadero, la dulce materia
de los gorriones que se extinguieron.

Y pregunto con solidaridad de insomne: ¿cuántos
         buscaron
anoche
con agónico deseo
otras palabras
o un movimiento nuevo del cuerpo en la danza
o una melodía arrancada del inviolable silencio
         de las estrellas
                 o un trozo de pincel
que dibuje el universo entero como quería Utamaro?

Acaso sea muy pronto para lograrlo, acaso
                   aún somos muy densos.
Mientras tanto
balbuceamos, pergeñamos
pero nadie podrá decir que no intentamos
                     llenar la sima de nuestra angustia.

Algún día, Dios mío, alcanzaremos a decirte
de qué materia estamos hechos.

De La piedra alada, 2005.



SIMEÓN EL ESTILITA

Hagámosle caso a Simeón, oigamos
sus consejos, sus prédicas, sus advertencias
                porque nos habla desde un sitio perfecto.
La sabiduría
consiste en encontrar el sitio desde el cual hablar.

Simeón nos habla desde lo alto de una columna
de piedra marmórea
que ha tallado
                 y plantado en medio del desierto.

No está, pues, ni en el cielo ni en la tierra.

Arriba, en el cielo
vuelan los ángeles de ojos blancos
con sus pensamientos purísimos que
                       ninguna pasión humana agita
                                  o enturbia.

Cuando Simeón baja la mirada a tierra
                            ve los peregrinos
rodeando la base de su elevada columna, esperando
ansiosos
su palabra.
                              Observa tristemente
esos rostros demasiado afectados
por la inevitable vulgaridad de la vida terrestre, y luego
habla
                    y su palabra
es un fragor llameante que funde ángeles y rampantes.

De La piedra alada, 2005.


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