JUAN CARLOS MESTRE. ESPAÑA (1957)
















LA  POESIA HA CAIDO EN DESGRACIA

La poesía ha caído en desgracia y las salamandras azules del mediodía entran en la ruina de sus vasijas ceremoniales con los ojos desorbitados por el sol de la muerte.

Toda necesidad ha desaparecido, la olorosa cebada en las alacenas vacías, el arca con las semillas de sésamo.

Todo lo que ha arrastrado el viento sobre la tierra hermoso en la voz de mi padre, la suave hierba del dialecto y la agonía de los petirrojos en el avellano.

Ninguno de nosotros ha sido escogido por la verdad, otros fueron los días destinados a la belleza, otros los pasos del eremita que caminaba en la nieve, digno en la desolación como un árbol sagrado.

Hemos entrado en el silencio, ya no hay nadie tras los hayedo blancos, pero a veces el corazón todavía escucha los celestes cuclillos del invierno, el ruido vivo de la muerte frente a las ventanas cerradas.

Ahora, aún jóvenes, soportamos la mudez ante las jaulas de la sabiduría.

De La poesía ha caído en desgracia (1992)


Dad a Trajano miel y sangre, dadle licor de abejas
                    /después de comer palomas,
poned a la oscuridad un arco, una vela de lino a la congoja,
devolvedle a la locura su talismán de oro,
su gramo de miseria al precio, su utilidad al polvo,
llamad por su nombre al ignorado, ganancia de maleza
                    /a la ignorancia,
se acerquen unas a otras las palabras, se amen y se huelan,
se masturben delante del burgués sus próceres antiguos,
venga el palpitante apócrifo y los montaraces bichos,
dúdese del monarca y su invisible dios de paja,
reconózcase al demente el derecho a tener tres lenguas,
permítase al perdido vagar hasta encontrarse,
y tú emperador vencido, tú indivisible pájaro del cielo,
idioma de la muchedumbre y de los salmos,
sé de nuevo asno y criatura, timón del fugitivo,
sé de nuevo la trompeta y su metal, sé la lumbre y su ceniza,
sé la pasión ansiosa y su encendida duda.


EL OTOÑO
 

Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes.
El que llora, el arrobado de juglaría y el que canta para ti epinicios de oro, es que pláceme cumplirte y sonar el cálamo y obedecerte fiebre mía, luz poderosa de un río vocal donde acude mi corazón como balando.
Malva es entre las tumbas, hierba de los campos de Arganza el que aquí ha llorado buido por las lágrimas y es celoso con la tierra que pisa, el rozado por la desventura y el invadido por el relámpago y aquel que bajo un panamá de nieve se amarillea y despierto en medio del día se aleja de ti y ya es difunto porque no ha de morirse aunque aletee, aunque recorra el mundo empapado por tu ceniza y goce y no te prefiera.
Lloro por el resplandor y los geómetras y por los astros que caen de mis ojos como semillas o yámbicos y lo que dicta el azogue.
Cúmplase que he vuelto, aquel que acude a su videncia porque escrito está, porque en lo aullado da su inicio la fragancia.

De Antífona del otoño en el valle del Bierzo (1985).

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