OMAR CACERES. CHILE (1904-1943)


 



















INSONMIO JUNTO AL ALBA
 
En vano imploro al sueño el frescor de sus aguas.
¡Auriga de la noche!... (¿Quién llora a los perdidos?)
Vuelca la luna sobre su piel el viento,
mientras que de la sombra emerge la claridad de un trino.
Tambalean las sombras como un carro mortuorio
que desgaja a la ruta el collar de sus piedras;
e inexplicablemente crujen todas las cosas,
flexibles, como un arco palpitante de flechas.
Amor de cien mujeres no bastará a la angustia
que destila en mi sangre su ardoroso zumbido;
y si de hallar hubiera sostén a esa esperanza,
piadosa me sería la voz de un precipicio.
Volcó la luna sobre su piel el viento.
Suave fulguración de nieve resbala en los balcones;
y al suplicarle al sueño me aniquile, los pájaros
dispersan un manojo de luz en sus acordes.


SEGUNDA FORMA


Delante de tu espejo no podrías suicidarte:
eres igual a mi porque me arnas
y en hábil mortaja de rabia te incorporas
a la exactitud creciente de mi espíritu.
Indócil a ese augusto y raudo desierto,
encuentras, padeces una muerte nueva;
al abandono de tu propia levedad asistes,
como un manantial riendo de su peña.
Entonces desciendo a tu exigua y extrema realidad, a tu fijeza,
desentendido de rencores y pasos de este mundo;
cruzando el pálido paisaje de los deseos olvidados,
sacudido de memorias, de indiferentes y efímeros despojos,
                                                      te enturbio de pasión.
Un ciego lucero hinca su diversidad en nuestro ser,
exactamente hasta su espejo sin trabas, alcanzándolo;
ondeando un sólo corazón de infinito a infinito, es decir,
hacia el día que se acostumbra a sus dos reyes de vidrio!


AZUL DESHABITADO

Y, ahora, recordando mi antiguo ser, los lugares que yo he habitado,
y que aún ostentan mis sagrados pensamientos,
comprendo que el sentido, el ruego con que toda soledad extraña nos sorprende
no es más que la evidencia que de la tristeza humana queda.
O, también, la luz de aquél que rompe su seguridad, su consecutiva atmósfera,
para sentir cómo, al retornar, todo su ser estalla dentro un gran número,
y saber que «aún» existe, que «aún» alienta y empobrece pasos en la tierra
pero que está ahí absorto, igual, sin dirección,
solitario como una montaña diciendo la palabra entonces:
de modo que ningún hombre puede consolar al que así sufre:
lo qu'el busca, aquéllos por quienes él ahora llora,
lo que ama, se ha ido también lejos, alcanzándose!


PALABRA A UN ESPEJO


Hermano, yo, jamás llegaré a comprenderte;
veo en ti un tan profundo y extraño fatalismo,
que bien puede que fueras un ojo del Abismo,
o una lágrima muerta que llorara la Muerte.
En mis manos te adueñas del mundo sin moverte,
con el mudo estupor de un hondo paroxismo;
e impasible me dices: «conócete a ti mismo»,
¡como si alguna vez dejara de creerte!...
De hondo como el cielo, cuán dulce es tu sentido;
nadie deja de amarte, todo rostro afligido
derrama su amargura dentro tu fuente clara.

Dime, tú, que en constante desvelo permaneces:
¿se ha acercado hasta ti, cuando el cuerpo perece,
algún alma desnuda, a conocer su cara?

De Defensa del Ídolo, 1934.

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